martes, 13 de abril de 2010

La palabra

La palabra había viajado ya desde hace mucho tiempo,
incluso a través de ella,
antes de que el tiempo existiera.
De hecho,
la idea prestó sus atenciones
el día en que el tiempo vino a la Tierra.
A veces la palabra olvidaba el motivo de su viaje
y se recordaba nuevamente
buscando otras cosas que la primera.
En este recordar fue perdiendo su raíz
pero no su esencia.

Entonces un día lavándose la cara,
la palabra vio en el reflejo del agua
el surgir de la idea.
Sintió perdida su inocencia
y errante ha viajado en busca del <>
que aquella ocasión vio reflejada en su presencia.
-¿Qué sería esa idea
que vi reflejada en la superficie del agua?-
se preguntaba la palabra.
Y sobre todo,
al final de toda pregunta
la respuesta era otra pregunta,
la misma,
lo que más le consternaba:
-¿Y quién o qué soy yo que me reflejo en ella?

-Esa noche la palabra pasó en vela
esperando al sol para hacerle la misma pregunta.
Las sombras fueron las respuestas al amanecer.
Y el sol a la misma velocidad
y con la misma paciencia
guardó el silencio de la palabra.
Ésta, entonces,
interrogó a la noche esperando una respuesta diferente.
A lo que la noche contestó:
-Vuelve a mirar en las mismas aguas,
no tengas miedo,
este sentimiento
es el primer síntoma de una verdadera respuesta-.
Confundida la palabra
no podía hacerse de esta idea.
Temblaba de volverse a ver reflejada
en aquellas aguas.

Muchas preguntas se hizo
y muchas respuestas se daba
que todavía no comprendía.
Así, le surgió la idea
de ir acompañado del cuerpo de una mujer
y desde dentro de ella
calmar el miedo y poder observarse más tiempo,
el necesario para obtener sus respuestas.

Bajó del árbol entonces aquel cuerpo,
como fruto que madura y cae,
con esa idea en la cabeza
y con la palabra en silencio pero alerta.
La palabra silbaba una idea
en el cuerpo de la mujer
mientras se acercaba al estanque,
reflejo de aquella idea que no olvidaba.
La mujer entonces se miró
y se sintió confundida.
La palabra comprendió entonces
que no era ella misma la que el miedo generaba,
sino la idea de lo que podía llegar a ser
cuando comprendiera lo que no obstante
todavía no comprendía.
Agradeció a la mujer
y se despidió de ella en la colina.
La mujer no volvió a ser la misma.
Para ella tengo otra historia.
Ahora me importa la idea
que en esta palabra errante se crea
cuando en el estanque se mira.

-¿Quién o qué soy yo?-
se preguntaba otra vez y a otro día,
las sombras eran la misma respuesta.
Entonces la palabra
tuvo la idea de que algo había sido antes
lo cual ya no recordaba.
Y miraba sus manos que eran muchas
pero no era ninguna de ellas.
Y miraba sus pies y el único que le parecía real
era aquel que lo unía a la Tierra.

-¿Quién o qué seré yo?-
se preguntaba la palabra mirando el atardecer.
Y arriba del árbol
el sueño ya no la visitaba.
Ya no podía dormir en la conciencia
hasta que el cansancio la agotaba
y muy cerca del estanque
a menudo despertaba y se decía:
-¿Quién o qué seré yo?-
mientras al amanecer
los pájaros trinaban melodías que todavía entendía.
Entonces la palabra tuvo la idea de ser pájaro
y a través de él mirar nuevamente el estanque
y obtener respuestas.

Así lo hizo.
Se acercó al estanque
y se asomó al reflejo.
Mientras se observaba,
un pez se acercó lo suficiente
y en su instinto
el pájaro lo sujetó con el pico
y se alejó lejos de la palabra
que no tuvo tiempo de conseguir una respuesta.
La palabra obligó al pájaro regresar
y cerca de él le preguntó:
-¿Podrías decirme tu idea de quién o qué soy yo?—
El pájaro lloró.
Y antes de decir una palabra
lloró más y mejor se fue.
Confundida se ha quedado la palabra
y con muchas ideas.

-¿Quién o qué seré yo?-
se preguntaba la palabra mientras comía.
Entonces recordó al pájaro
y quiso ser pez.
–Quizás así tenga una respuesta-,
se decía la palabra para sí misma
entre muchas ideas.

Y fue pez.
A través de su cuerpo
miró desde el fondo del estanque
y vio afuera a aquella mujer
menos confundida mientras su cara mojaba.
En la colina vio el árbol
en donde por las noches
y algunas tardes
el sueño le visitaba.
Y vio sobre una de las ramas
al pájaro llorón que otra vez trinaba en su garganta
canciones que todavía entendía.
Vio entonces por vez primera
lo que la palabra era
y tuvo una respuesta.
Dándose cuenta de esta idea
era un pez que mordía su hambre
en una lombriz que de un gancho pendía.
Mordió el anzuelo de un hombre que pescaba
y no tuvo tiempo de otra idea.
El hombre hábil, tiró del hilo
y pescó al atardecer un gran pez
que no volvería a mirarse dentro del estanque.

-¿Quién o qué soy yo?-
se preguntaba el hombre
mientras pescaba
esperando algún día olvidar tener una respuesta.

Desde entonces
la palabra vive confundida
en el hombre y la mujer,
y olvidó como muchas otras cosas,
aquella respuesta obtenida.

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